Por alguna extraña razón, me cuesta muchísimo confiar en alguien, en mostrarle cómo soy yo de verdad, en desvestir ese disfraz que el tiempo y la experiencia han ido creando con forma de armadura.
A diferencia de otras personas, olvidar, resulta ser un suspiro, un alivio, una persona menos a la que seguir conociendo y recogiendo la cosecha de la confianza.
Para mi es doloroso abrirme a la gente. Es un miedo aterrador que se mezcla con pánico. Confianza es lo que hay cuando alguien te falla y te duele. En algunos casos, te duele tanto que cambias, en otros, tan sólo lo dejas pasar y lo guardas en alguna parte de tu memoria, y sigues adelante.
Yo no puedo, esa confianza, en mi caso desaparece para dejar paso a la indiferencia, a la anulación de cualquier sentimiento que haya existido y que jamás volverá a existir.
Es tajante, lo sé. Pero creo que es lo mejor para mí. Lo mejor es que nadie te llegue a conocer hasta tan punto, que tu estabilidad y tu bienestar estén en su poder.
Y os aseguro que se puede tener amigos, o a gente que quieres. Pero sabes que los amigos son pasajeros, que a veces no están y que otras simplemente, no son tan amigos como creías. No hace falta estar sola, sólo marcar distancias, crear una seguridad de uno mismo.
Es posible que todo esto sean palabras y esté esperando al que me conozca de verdad, a esa persona que siempre se espera, que tarda tanto en llegar y que cuando llega, hace que pierdas los sentidos, que se derriben tu murallas, que te sientas pequeñito, que tu corazón grite que lo ama... hasta el día que ocurra algo que te duela, y ya no haya nada que puedas hacer.
Patricia Izquierdo Díaz
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