Era una noche fría de Diciembre. En realidad la última noche
del año, en la que la gente grita, se emborracha, pierden el sentido, el tiempo
e incluso algunos los modales.
Como pasaba en esa parada de autobús de la madrileña calle
de Gran Vía. Me estaban esperando y ya llegaba tarde, como siempre. Esos chicos
ya a tope de alcohol que chillaban y cantaban a mi lado, me estaban poniendo algo
nerviosa. Sola y en silencio, miraba los minutos que quedaban para que el búho
viniera, quizás, los minutos más largos de mi vida.
Me entretuve mirando el asombroso y precioso decorado de las
calles de Madrid y antes de que pudiera mirar nada más, mi autobús esperaba
ante mí.
Subí y miré al interior, nada más que un chico que se
sentaba al final del autobús muy bien arreglado, normal para la noche en la que
estábamos, y los chicos pesados de la parada.
Por un segundo, me sentí más cómoda al encontrar a alguien
más en el búho, algo en su cara y en su gesto me daba confianza.
Saque el espejito y me di un último retoque antes de la gran
fiesta, cuando por el espejo vi que ese chico del fondo que me miraba. Me giré un segundo
para verle. Comprobé de que estaba sentado tras de mí.
- Dicen
que los búhos traen suerte – me dijo acercándose a mi desde su asiento.
- Esos son
los búhos de verdad – le respondí dedicándole una sonrisa.
- Y estos
también, te lo aseguro.
Me gire del todo para poder mirarle de frente.
- Eres lo
que llevo esperando toda mi vida - me dijo.
Patricia Izquierdo Díaz
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