Según la cultura oriental, el bambú es flexible pero fuerte,
se dobla pero nunca se parte, siempre resiste cualquier acontecimiento. El
tiempo es lo mismo, al fin y al cabo, parece flexible pero nunca se rompe,
nunca sucumbe a nadie. Jamás tendrá dueño.
El tiempo es eso que se pasa sin que nos demos cuenta, es un
sinsentido de decisiones intentando detenerlo. Ilógico e irreverente. Orgulloso
y temido. Es correr tras la estela de un faro, pensando que podremos retenerlo
algún día y no soltarlo nunca.
Por eso jamás puse mis relojes en hora. Por eso nunca llegué
a tiempo a mis citas, intentando no renunciar a nada, aferrándome a minutos que
nos agotan.
Tan flexible y tan rígido, tan piadoso y tan cruel, nos da y
nos quita lo que más queremos, como si jugara. Como un sociópata sin
sentimientos que experimenta con las sensaciones y el sufrimiento de los que sí
los tenemos, para poder percibir a través de nuestras reacciones.
Y todo gira en torno a él, todos nos mojamos bajo su lluvia,
sudamos bajo su sol asfixiante.
Pero nunca dejará de caminar, no importa qué hagamos, cuánto
corramos… Siempre separará a las personas que se aman.
Solo podemos dejarnos llevar por este dios maldito y
sagrado, que nos aleja y nos acerca a su antojo, que no se deja mitigar por
estas lágrimas, y que parece que nunca nos volverá a unir.
Pero tengo una esperanza en medio de esta espiral huracanada
que parece que nunca termina, y es que algún día sé que la vida nos volverá a
unir, porque a veces, y solo a veces, hay sentimientos que superan al tiempo.
Y es una esperanza pequeña, tan pequeña como un hada en la
que siempre creeremos. Porque solo creyendo, sobreviven y, sobreviviendo, serán
nuestro sustento.
Noelia Brox
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