Un chino reventando la máquina tragaperras, dos tipos hablando de política en la barra junto a la camarera con cara (como siempre) de aburrida y la tele sintonizada en el mismo canal de videoclips de siempre.
Yo sentado en mi mesa, café y cuaderno en mano, peleando contra mi mismo.
Escribiendo poesía.
Enfrentándome al mundo.
En la pantalla desfila una cantante disfrazada de lolita exhibiendo gestos obscenos, soltando estupideces sobre una base electrónica probablemente compuesta (si merece llamarse así) en diez o doce minutos.
Vuelvo la cara a mi cuaderno.
Sigo escribiendo poesía.
Debería, tal vez, estar tratando de forrarme.
Soy inteligente, podría hacerlo.
Sólo consiste en lamer algunos culos y reírle las gracias a los hijos de puta adecuados.
En la música también funciona así esta mierda de mundo, amigos.
Pero qué coño, ni lo hice antes ni lo haré ahora.
En vez de eso, sigo en este bar mugriento, solo, con mi cuaderno,
buscando como puedo algún resquicio de belleza en las palabras.
Ya lo dije antes.
Lo repito y acabo:
Estoy escribiendo poesía.
Enfrentándome al mundo.
La forma más digna de vivir.
La manera más valiente de morir.
Luis Ramiro
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