Vivo solo en un piso pequeño de una habitación. Cuando me mudé, coloqué en la habitación el piano eléctrico y acostumbro a tocar por las noches (con los auriculares puestos, claro). A los pocos días, el portero me dijo que la vecina de arriba se había quejado porque escuchaba algo así como “sonido de tambor”, y llegué a la conclusión de que era el ruidito de mis dedos al golpear las teclas. Me dijo que la mujer de arriba era mayor, soltera y médico. Trasladé el piano al salón y ahora cada vez que me acuesto siento que ella está arriba, en su cama, atenta y vigilante. A veces pienso si mis sueños podrían despertarla, porque yo sueño muy fuerte, e intento imaginar quién es esa mujer desconocida que duerme a pocos metros de mi, sólo separados por un fino techo que deja pasar el más mínimo sonido. Dormimos muy cerca, solos, y seguramente nunca conoceremos nada el uno del otro, como esos secretos ocultos que guardan tantos matrimonios. Esta noche, antes de cerrar los ojos miraré hacia el techo y susurraré suavemente: -que duermas bien, mi amor.
Buenas noches-.
Luis Ramiro
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