No sabría por dónde empezar a explicarlo.
Yo venía embalado de un amor sin agujeros
que se fue agrietando por por culpa de algunas faldas
que se anunciaba como diciendo aquí estaría mejor.
Me vi con veintitantos imaginando
que ya no desnudaría otro cuerpo diferente.
Entonces puede haber seguido el ejemplo
de los hombres que mantienen el instinto al ralentí
olvidar los bares y sus muchachas
pero la piel me pedía huracán y delirio.
Ya no llegaría a viejo con ella.
Cambié los sueños por los deseos
y rompí la vida en cien mil trozos
por la promesa de unos labios ajenos
intentando convencerme de que no era así,
pensando que habría un fácil viaje de vuelta.
Quizá os imaginéis el golpe.
A la segunda mujer hacía un año que la conocía.
No pude evitar nada y solapé dos sentimientos,
el calor de una con el fuego de la otra.
Fui dos hombres durante un tiempo,
el que buscaba seguridad
y el que pinchaba los airbags.
Por entonces, un tipo - y esto es verdad - me dijo:
Marwan, si tienes un tigre delante
puedes hacer dos cosas:
huir o luchar (y matarlo). Las dos cosas están bien.
Lo que no puedes es quedarte quieto
porque te destrozará.
Y durante meses me quedé quieto,
dudando entre el calor y el fuego,
el calor y el fuego,
la rutina o el desastre.
Mi madre también me habló:
Hijo mío, a veces lo mejor es enemigo de lo bueno.
Y yo ya no entendía nada.
Entretanto bajé a los suburbios de mí mismo,
esos lugares que invitan al placer pero no a la reflexión
y mientras besaba a quemarropa
cabe seis minutos me preguntaba
si no sería mejor volver a mis veintipocos,
el amor confortable, al cuerpo cotidiano,
esa plácida comarca sin sobresaltos
donde el placer te da la seguridad y no el riesgo,
volver en definitiva a mi chica, a las emociones pacíficas,
utilizar la copia de seguridad de mi pasado.
Con el tiempo entendí que ni lo uno ni lo otro me convenía
pero ya nunca regresé al hogar.
Me decanté por la llamada de un amor
que se resistía a tener adjetivos.
Así ella y yo comenzamos
una de esas historias de cara o cruz
con la moneda siempre girando en el aire
y todos los castillos de arena.
Un amor ambiguo donde siempre
era víspera de todo
pero difícilmente día de nada.
Un viaje tan a destiempo
que nunca llegamos al mismo sitio
sin que uno de los dos llevara encendidas
las luces de reserva de su corazón.
Y así mi calle ya nunca más
hizo esquina con París.
Si os soy sincero, lo más jodido es no saber
qué sucedería si volviera a sentir lo mismo
y tuviera que escoger entre
el cuerpo al que amo
y el cuerpo que me hace arder.
No sé, no lo tengo claro.
Marwan
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