Y él la tomó en brazos, la llevó a conocer la montaña, y no había un lugar mejor que entre sus brazos, debajo de su mirada, y cerca de ese corazón remendado. Ella olía a mar, y era escurridiza como una pastilla de jabón bajo el agua. No podía agarrarla muy fuerte o escaparía... No podía hacerlo de forma sutil y precisa, como solamente un corazón herido sabe.
Diario de una Ola
M. Mirak
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