Le recetaron olvido. Una cápsula de nuevas experiencias cada ocho horas y, muy importante, no mezclar jamás con otras prescripciones.
Escuchar canciones melancólicas, mandar mensajes de madrugada o revisar viejas fotos estaba altamente contraindicado.
Tuvieron que ingresarle varias veces pero, salvo leves periodos de mejoría, siempre terminaba recayendo. No había esperanza. La suya era una enfermedad crónica de nostalgia.
Siempre recordaría.
Por suerte, veinte años después, la ciencia avanzo y encontraron por fin el remedio a su cura.
Una lágrima sincera le brotó discreta cuando el neurólogo le diagnosticó Alzheimer.
A cuento de nada
Rafa Pons
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