Estamos habituados a crearnos una primera impresión de las personas que conocemos. Una impresión que va a condicionar cómo nos relacionamos con ellas y que, sin querer, vamos a intentar confirmar.
Por ejemplo, si pensamos que una persona es ruda y desagradable nos dirigimos a ella utilizando formas distantes que probablemente hagan que la persona se siga mostrando distante con nosotros o que incluso, si ya lo hacía, lo haga aún más.
Por eso, con las personas, podemos estar ante tesoros que no relucen... porque nosotros hemos ignorado su brillo al principio. Lo mismo puede suceder al contrario.
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