Lo confieso. Y es hora de ser sincera conmigo misma delante de este espejo. No terminaré de madurar en este sentido.
Me siento atraída por el malote de turno, aquel que viste sólo camisetas negras, que pasa de lo que dice la gente, del que es feliz sólo a su manera y no piensa más allá.
De alguna forma, envidio ese punto de vista que tiene de ver la vida, donde lo que de verdad importa es el ahora mismo, porque mañana queda muy lejos.
Cada verano, es un nuevo encuentro que hace despertar a cada terminación nerviosa de mi cuerpo. Las mismas que sólo el invierno vuelve a dormir. ¡Esto es una locura! Me vuelve loca, dejo de ser yo, la que piensa, la que razona, la que hace planes pensando en un futuro a largo plazo (40 años más o menos). Para convertirme en la que vive el momento, con él, y sin más, sin cargos de conciencia, sin ataduras. Besándole cómo si no hubiera un mañana... y es que a veces, el mañana queda muy lejos. Es un imán para mi cuerpo, me hace volar, sentir, entregarme al más puro estilo animal.
No hay conversación, no hay nada de lo que hablar. Jugamos con sentimientos que afloran con cada roce, con cada mirada. Ahí está el verdadero problema. Jugamos con sentimientos, y es fácil que alguno salga herido. Normalmente, con él, soy yo. La que después del verano, pasa un otoño echando de menos su olor, sus caricias, cada momento íntimo. Nadie es comparable a él. Y todo el mundo lo dice, quien juega con fuego, se acaba quemando. Pero es que me encanta arder con él.
No, lo sé. Un chico que piensa sólo en él, porque así ha decidido llevar su vida, no es apto para una pareja, que se compone de dos personas. Pero no puedo negar mis sentimientos dañados. Este vacío que me ha creado. ¡Ay, invierno vuelve pronto! Qué me estoy quemando.
Patricia Izquierdo Díaz
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