Ayer me hablaste del infinito
y no te diste cuenta
de que no cabía en tu boca la palabra
y se escapaba al nombrarlo,
labios llenos de infinito,
y se subía a tus ojos,
como espuma,
y resbalaba, pecho abajo,
y el suelo se llenó todo
de gotas de infinito,
como copos azules, era
y ascendió en nubes con formas divertidas
y tus manos, queriendo negarlo,
para mantenerlo de nuevo en tu boca,
se movían alegres
y reías, reías...
"Te quiero infinito, abuela"
repetías y repetías.
Begoña Abad
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