Es casi tan necesario como descortés olvidar a la persona tras el poema.
Olvidar la latente humanidad con que se sangra una poesía, olvidar el sacrificio, el arrojo de periodista de guerra interior al conocerte, a solas, con una copa, la soledad y tú.
Por eso añoro el segundo de cordura de los farsantes. Ese momento en el que deciden dedicarse a otra cosa y dejar la poesía a quien no sólo demuestra amor en las letras.
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