¿Tuvimos suerte, o la provocamos?
La pregunta que me repito a veces, cuando, dando vueltas a nada, acabo dando algún resquicio de honestidad, un pequeño paréntesis en el desierto, una piedra colocada, cuidadosamente, a un lateral del camino -si es que alguna vez lo hubo-, un regalo de certeza -libertad, a su modo-.
Saber que estás justo donde quieres, la búsqueda desesperada de una lógica al absurdo, un pequeño atisbo de candado en esta libertad, brutal, que me regalaste: como en un sueño, te fuiste al llegar la mañana, para que descubriera un mundo que -mira qué broma- acabó con tus pies.
Qué inocente impulso.
Cerrar los ojos, apretar los puños, destruir en un pestañeo las guerras, Europa, Estados Unidos, las excusas, tu pasado, mi trabajo, las temblorosas cuentas corrientes.
Borrar de un gesto todo lo que nos lastra la sonrisa, todo el abismo de excusas que nos ponemos, como una coraza completa, a la que sólo delatan los ojos, sentirte para mí -sólo durante un infinito segundo-, y olvidar todo lo demás.
Volver a creer, como si nos contásemos un cuento al oído que hasta los lunares de tu brazo merecen una cara feliz.
¿Fue magia o la quisimos ver por todas partes?
La pregunta que, como un rezo, me acabo haciendo cada vez que me atraganto con alguna pluma, me aprieta demasiado el nudo o, el vaso de agua donde acostumbraba a ahogarme, desborda por huracanes. Qué triste camino hemos tenido que seguir, mi vida, si necesitamos de la ausencia del resto para no faltarnos a nosotros.
Pablo Benavente
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