Me cogía la mano, se la ponía justo encima del obligo, bajo sus pechos,
y me decía: "¿sientes eso? Esto es por tu culpa?".
Después volvía a besarme, y yo me lo creía.
Por mi culpa -gracias a mí, entendía yo-.
Lo repetía, como un ritual, después de ponerse la ropa interior
-decía que la intimidaba mirándola-.
Nos medimos la piel, y nos pusimos a prueba un tiempo.
No supe nada más de ella hasta un mes después.
Un amigo la vio, con un tipo: ¿está embarazada?
Tenía su mano -la de él- encima de su ombligo.
Hoy en día llaman mariposa a cualquier cosa que te revuelva el estómago.
Pablo Benavente
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