No merece la pena que perdones lo imperdonable, que justifiques lo que no puede justificarse, que te rompas los cuernos tratando de solucionar algo que no tiene solución. Que te frustres por lo que no va a cambiar. Ni mucho menos, por el que no va a cambiar, aunque te empeñes en creer que algún día, puede, tal vez, quizá… no, no lo hará, y no merece la pena esperarlo.
Y punto.
La lengua muy larga
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