Sostienes tu mirada rapaz sobre el césped y al pitido inicial todos te buscan, todos te saben. Necesitan un brújula, alguien que diseñe el camino del gol. Buscan al arquitecto, el plano para saber colocar los pases sobre los cimientos de la belleza. Desde tu pie un impulso nervioso convierte un balón en una paloma, se lanzan cien jaguares hacia la portería contraria si asistes a un compañero. Repartes las cartas las cartas del juego, eres el crupier del mundo, el ideólogo en la sombra, el que nunca dispara, vives cargando el rifle de los otros. Es la gran historia de amor: tus pies, el balón. En tus botas el esférico se sabe cuidado, olvida las coces, suspira a cada rato por tu empeine, por el sentido que les das a las cosas. Se besan en la boca el cuero del balón y el cuero de tu bota, están enamorados, la hierba es el colchón y allí hacen el amor cada domingo.
miércoles, 27 de junio de 2018
Poema sobre el fin de la soledad
En este poema no voy a dejar que entre la soledad.
Si se asoma por esta página la agarré
-como quien coge un ratón por su cola
y frente a su vista lo convierte en péndulo-
y la tiraré a la basura.
Cuando el sol doble la esquina de la tarde
la bajaré a un contenedor tres portales más allá,
-no vaya a recordar mi dirección-,
y una hora después
la recogerá el camión de la basura
y la triturarán junto a la soledad
que hayan decidido arrojar otras personas,
puede que todas las de la ciudad,
consiguiendo de este modo,
-y gracias al servicio municipal de recogida de basura-
que todos los habitantes de esta ciudad
mañana nos despertemos en una cama compartida,
abrazados,
con el cuerpo amado
a nuestro lado en el colchón.
domingo, 24 de junio de 2018
La historia de los amores imparables
Me dicen que es de tontos
tropezar tres veces en la misma piedra
pero es que tú eras una piedra
sobre la que merecía la pena caer,
resbalarse,
hacerse herida.
Porque hay personas que merecen nuestra herida
personas que mancharon todo de felicidad,
y contrataron la alegría
y la volcaron sobre ti
como quien te arroja un cubo de esperanza,
personas que empapaban tu vida con su risa
y ahora que no están no dejan cuerda de tender
sonde seque esta tristeza.
Me dicen que es de tontos,
que lo deje,
porque huir del compromiso
es el deporte que practicas.
Y tal vez estén en lo cierto
pero no saben que tu boca
es el ticket de entrada al paraíso,
como una esperanza que se cuela dentro.
Y dueles. Claro que dueles.
Como un regalo que al abrirlo está vacío,
como el premio que te sacan de las manos.
Dueles.
Pero yo sé que solo hay miedo tras tu huida,
que me tiras las flores de los tiestos
por el miedo a que no haya champán con que regarlas,
que tu huida es un descanso,
que el amor
se toma un tiempo sobre ti
para que los temores no caven más hondo en tus entrañas.
A veces no hay parejas que no se amen
sino temores que no vencen.
Pero siempre vuelves,
siempre llegas de nuevo
para estampar en mi cuarto el paraíso,
para darle un nuevo orgasmo a mi memoria,
un motivo más para creer.
Y sé que no es fácil,
que me hago herida nuevamente
en cada travesía desde mi lengua hasta la nada,
pero me curas de nuevo en tu viaje de vuelta hacia nosotros,
me curas, muerdes mis heridas y las arrancas de golpe
y allí donde había piel rota y soledad
solo encuentro piel nueva, alma restaurada.
Por eso no acepto todo lo que caiga sobre mí cuando te vayas.
Acepto que me elijas y me sueltes,
que la felicidad sea un disparo,
lo que dure este momento.
Acepto las tres llamadas pendientes que cuelgan de mi vida
con las que no sé qué hacer
para que no me revienten de pasado el paisaje.
Y también los domingos en que siento
que la vida está comunicando.
Lo acepto todo si eso abre la puerta
a que mis lunes sean tus lunes
y mi foto tu desvelo
y mis guerras un motivo
por el que hallar la paz contigo.
Me dicen que te olvide y tienen razón,
pero lo dicen porque no saben lo ligeros
que son dos amantes cuando es correspondido.
No entienden que te necesito.
Te necesito porque despedirsees una palabra demasiado grande
y no lo entienden.
Y porque me están subiendo los tres polvos de más que te debo,
como una droga que no consumes pero afecta
y no lo entienden.
Y vuelvo a ti porque no es posible ponerle vallas al amor
y cada uno elige el modo de volarse
y no lo entienden.
¿Dependencia? Por supuesto.
De la felicidad que traes,
de ser nosotros,
posiblemente.
Les digo eso. Por eso vuelvo a ti,
a chocar de frente contra la felicidad,
a caer de boca contra la felicidad.
Me equivoque o no,
para mí eres eso,
la calle que conduce
a la felicidad.
Marwan
domingo, 17 de junio de 2018
Ventanas
Hablamos de ventanas, de vagones, de cristales que dan a este mundo. Este imenso y complicado mundo.
Que ahora está cambiando. Salen las flores, sale el sol después de tantas tormentas, salen las parejas, salen fotos nuevas que llevaremos está temporada en nuestro perfil... El mundo cambia, y es fácil verlo tras esta ventana.
PATRICIA IZQUIERDO DÍAZ
Pensamientos tras una lectura de Bukowski
Cuando pienso en Bukowski me lo imagino de niño jugando a la rayuela en el infierno, arrojando cuchillas en lugar de piedras, un niño al que la raya de pelo se le hacía el mismísimo diablo. Supongo que heredó aquel infierno interno de sus padres, que tenían su propio infierno interno heredado de un sueño americano que murió colgado de una viga.
En el corazón de Bukowski aúllan lobos y suena una extraña música de cañerías y muelles oxidados de camastro de pensión. Su infancia tenía tiradas por el suelo compresas con sangre, la ternura huyó en el tren de madrugada y tal vez fue su abuela la que entre guisos y miradas al pasado le lavó las camisas pensando que los sueños a veces no son más que un atajo de borrachos que dicen la verdad pero nunca la cumplen.
Le imagino escribiendo sus primeros relatos con sus propias uñas sobre la pared de una celda, recordando y usando como línea argumental la pelea que lo había conducido hasta esa jaula. En ellos se percibe el olor a orina seca, la humedad sin clemencia que empapaba el alma de los hombres a los que se parecía más de lo que posiblemente deseara. Sobre esos escritos planea el fracaso como un ala delta sobre una playa, sin perder de vista a las bañistas desnudas, viendo la hermosura desde lejos, viendo la hermosura inalcanzable.
Bukowski escribió la biografía de todos los borrachos de poca monta, de los hijos de la nada, aquellos hombres para los cuales un plato de comida caliente junto a un trago era lo más parecido que conocían a un banquete nupcial. Todas sus páginas, como yo las recuerdo, están empapadas por el agua marrón que chorrea en los túneles de lavado, son relatos de piel de lija. Sé que a menudo él repetía que lo escrito no era totalmente autobiográfico, que no no no habría llegado a viejo pero lo cierto es que no hay un alma que tras haber leído uno de sus libros no advierta que la palabra cirrosis le sienta a Bukowski como un traje de Prada a Cristiano Ronaldo.
Su literatura huele a contrato temporal, es literatura de dos dólares la hora, poemas donde mujeres desconchadas ríen con la cara desencajadas, mujeres que dejan que cualquier desconocido las monte en unos baños inundados. Son textos donde dos hombres trapichean en una cochera y ninguno de ellos sabe qué es el porvenir.
También está Bukowski de la risa y en los poemas encontramos incluso al de la ternura. Tiene poemas memorables en este sentido, pero el recuerdo que normalmente queda no es ese, sino el de un hombre al que a su lado un enano parecía un campeón olímpico subido a un podio. Todo lo que escribe remite a lugares donde muere de hambre la inocencia, lugares donde ruedan botellas de whisky por un ruidoso suelo de madera, un suelo al que los pasos harían crujir estrepitosamente, un sueño que nunca vio cruzar sobre él nada que pudiera parecerse a la belleza.
MARWAN
viernes, 15 de junio de 2018
El poeta
El poeta es un terrorista,
pone bombas en las mentes complacientes,
en la conciencia sucia de los estadistas.
Las palabras son la metralla,
sus víctimas los sentidos,
que nunca salen intactos
cuando activa el detonador de una metáfora
o llena de pólvora un soneto.
Los daños colaterales
son aquellos hombres
que no saben disfrutar de la belleza,
por este orden:
alcaldes, burócratas, banqueros,
machistas, mercaderes del sistema,
chantajistas, vigilantes, estafadores,
corruptos, traficantes.
Así que anda con cuidado
cuando te acerques a un libro
o cuando pases por la sección de poesía
de unos grandes almacenes,
que la poesía es un arma cargada de futuro
y los poetas los sicarios a sueldo del amor.
La batalla contra el tiempo
Bajando por mi calle.
Una anciana camina cuesta abajo
con la cara cubierta de espeso maquillaje
tratando de restarle años al a su tiempo.
Conmueve el mensaje que de aquellos se destila:
a su edad aún mantiene la ilusión de la belleza,
de sentirse el centro de unos ojos por un rato
y sale a la calle con la firme intención
de que el tiempo no consiga derrotarla.
Lo que no sabe es que los golpes no pueden esconderse
y tras todo el rímel y el brillo del carmín
se palpa una tristeza planetaria,
aquella que da la pérdida, no del tiempo,
sino de los seres que amaste y ya no están,
ese estado que trata de corregir
sin éxito alguno el maquillaje:
la soledad.
Cambiamos
Hablamos de ventanas, de vagones, de cristales que dan a este mundo. Este inmenso y complicado mundo.
Que ahora está cambiando. Salen las flores, sale el sol después de tantas tormentas, salen las parejas, salen fotos nuevas que llevaremos está temporada en nuestro perfil... El mundo cambia, y es fácil verlo tras esta ventana.
P. Izquierdo Díaz
jueves, 14 de junio de 2018
Los jóvenes poetas
Los jóvenes poetas viven en los bares
escapando de los renglones torcidos de su juventud.
Pasan de puntillas sobre el nombre de los amantes
que les reventaron los años,
en la queja de un dolor que no comprenden
por inabarcable y por injusto.
Los jóvenes poetas suelan con Diablos Azules
y besan de un modo Aleatorio,
se pasan la vida deshaciendo nudos sobre unas hojas,
soñando con garitos que se abren de piernas
para meterle una metáfora hasta el fondo.
Los jóvenes poetas son buena gente, son mala gente,
los hay que critican, hay frustrados con talento
que pagan sus fracasos al contado
lanzando arpones sus fracasos al contado
no se dan cuenta de que los libros que triunfan,
no se dan cuenta de que lo que importa
no es el éxito sino la luz.
A ellos les deseo el bien y el amor
que les sobra a los jóvenes poetas
que hablan del éxito ajeno
como bien por celebrar.
Jóvenes poetas, hablando a un folio,
adolescentes en verso,
abrochados al asombro de estar vivos,
tropezando con la tinta de sus propios textos,
insultándole sin pausa al olvido,
apretando la vida con las manos,
apartando las penas con las manos,
apresando las emociones con las manos.
Han cambiado la farmacia por el cuaderno,
no saben qué es un psicólogo
y alternan la mirada por la ventana
con la mirada al espejo,
miran, miran, miran y lo cuentan.
Los jóvenes poetas tienen arrancadas las páginas de su infancia,
besan a muchachas, llueven sobre el micrófono,
han hecho de la pena un modo de estar vivo,
aunque ríen con violencia cuando la felicidad invita a alago
sin pedir más que respeto a cambio.
Los jóvenes poetas juntan los puntos dispersos,
trazan el mapa del dolor y siempre cruzan
cuando hay una raya que no queda claro
si ha de ser cruzada.
Los puedes ver con su corazón de red social,
con su amor de 140 caracteres,
con su forma de resumir todo el pesar en una frase.
Los jóvenes poetas también son buenos chicos,
son cincuentones del cono sur
que sueñan con bragas de mirada azul,
cineastas de ojos tristes y sombrero que sueñan con el Sol,
editores de pelo largo con mares bajo el suelo,
hombres que escriben a las musas revolucionarias
que vuelan sin bragas por los bares de Madrid,
canosos que muerden por las islas
las plumas de un ángel hembra,
habitantes de un lugar llamado Batania,
chicas X que dieron con el sexo de la risa,
o veinteañeras que traen el frío desde Segovia
y el calor hasta la página.
Todos ellos, todas ellas,
esperan a la chica que los nuble,
esperan en la grada de una hoja
una frase que rescata a la belleza del olvido.
Y esperan,
siempre esperan.
Me gusta verlos abrazándose,
abrazándome,
son buenos chicos,
son malos chicos,
los jóvenes poetas.
Marwan
Su mundo
Ella caminaba por su mundo paralelo y no había puente entre nosotros, ni manera de entrar. No quería compartir su mundo, nada ni nadie podía entrar en él. Yo la veía subir las escaleras de su mundo, mirar con distancia desde su mundo, filtrarlo todo bajo la luz de su mundo. Sé que me quería a su modo desde su mundo, acercaba dos o tres sentidos hasta mí pero en cuanto el corazón emprendía vuelo inmediatamente regresaba hasta su mundo. Era como si cada vez que nos viéramos hiciéramos el amor en tierra de nadie, en un lugar inexistente, porque realmente nunca estaba del todo aquí. Ojalá hubiera podido rescatarla de su mundo, de la celda emocional en que vivía. No la culpo, tenía miedo, supongo que más de imaginable, pero siempre se te car un edificio sobre el pecho cuando una historia de amor deshoja la margarita del fracaso y aquel edificio éramos nosotros y aquel pecho era mi pecho. Decidí marcharme lejos, porque vivir junto a ella era parecido a vivir en el exilio. Y ya ves, como suele pasar, cuando definitivamente decidí partir ella quiso de repente compartir conmigo su mundo, su canción, su porvenir. Pero fue imposible, yo ya no estaba allí, ya era tarde. Ya no daría conmigo. Hacía ya unos días que me había marchado hasta mi mundo.
Marwan
lunes, 11 de junio de 2018
Todas esas malditas cosas
Sentir las horas envejecer en la muñeca,
horas que se secan como higos,
cruzando como aviones por tu habitación
en la espera de un mensaje que te salve.
Domingos muertos buscando una caricia en internet,
el arte de aprender a hacerle un regate a la memoria,
comprender que un beso solo puede borrar
un recuerdo por un rato.
Caminar sobre la superficie rugosa
de otra cita desacertada,
preguntar el nombre a mujeres
de las que solo quieres conocer su piel.
Cargar el rifle y volver con la presa
pero más roto que nunca.
Amigos despistados que aún me preguntan por ti,
recuerdos que no salen del sofá,
canciones que me escupen a la cara,
que me hablan de nosotros,
la mediocridad de todas las mujeres
que no se parecen en nada a ti.
Todas esas cosas.
Todas esas malditas cosas
que he de soportar
ahora que ya no estás conmigo.
Se llamaba nunca
Me había repetido que nunca estaríamos juntos, que no había sentimiento que pudiera conducirla hasta mi boca. Y lo cierto es que lo decía de verdad. Dejé de intentarlo y me conformé con verla del mismo modo en que se miran esas fotos donde aparecen playas de ensueño, paraísos que tu bolsillo no se puede permitir. Pero una noche en que la cordura andaba despistada, tras una cena con amigos y más alcohol del debido, su lengua dibujó una interrogación sobre la mía minutos antes de dejarme entrar sin pasaporte bajo su ropa. Esa noche, crecido entre las mantas, pensé que hay milagros que suceden un viernes cualquiera, que lo más grande también está a la vuelta de la esquina. Pero el destino vuelve a poner todo en su lugar y el mío no era junto a ella. A la mañana siguiente lamentó lo ocurrido. Me dejó hundido, como un niño al que se le escapa un globo de las manos. En ese momento tuve un segundo de lucidez para pensar en lo diferente que es cerrar una puesta para uno y para otro. Ella se iría pensando en lo que fuera, con alfo de resaca y poco más que una punzada de arrepentimiento por lo sucedido. No era cruel, no, simplemente no me amaba. Yo me quedaría clavado allí, durante mucho tiempo, frotando las sábanas de la memoria, preguntándome cómo diablos se consigue arrancar un recuerdo. Y ya ves, aún estoy en ello.
Consideraciones con respecto al olvido (II)
El gran error fue intentar olvidarte, poner todas mis energías en ello. Porque olvidar no es algo que se quiera, es algo que sucede.
I
Yo quise olvidarte pensando en tu recuerdo como algo externo, como si fuera algo que cargas, algo que portaba sobre mí. Y te soñé dejándote olvidada como una maleta en un vagón, como una mochila en una escuela. Imaginé que podía soltarte en cualquier cuneta, seguir mi camino, entrar en el mundo de no recordarte más.
II
Después pensé que un recuerdo no es algo que se suelta porque es algo que se lleva dentro, como una garra que se encoge en tu interior sobre las vísceras. Entonces imaginé que eras alfo que se podía arrancar porque estabas dentro y traté de encontrarte en mis rincones, entre la pleura y el abdomen, cruzando los ventrículos, subida al diafragma. Pero tú estabas en todas partes, estabas en mis ojos, tu recuerdo vivía en mis dedos, golpeaba en mi pecho, sabía en mi boca, jugaba en mi sexo, cogía mi pelo con tus manos y removía mi sangre con uno de tus dedos. Comprendí que arrancar un recuerdo es querer arrancarte a ti mismo de ti mismo, que arrancar un recuerdo es igual que intentar buscar el tapón del mar.
III
Tras entender que tampoco es algo que se arranca determiné que donde realmente está un recuerdo es en las cosas, que te recordaba porque no te habías ido de mi cama, porque seguías presente en mi habitación, en el asiento de mi derecha, bajo la manta del sofá, en los regalos que me hiciste, en los libros que olvidaste, en los cines, en las playas de Cádiz, en las fiestas de mi barrio. E imaginé entonces que romper tus fotos, que deshacerme de la manta, que esquivar los cines, que vender mi Golf, que cambiar de barrio. Imaginé, en definitiva, que un recuerdo no se suelta, ni se arranca, que los recuerdos impregnan las cosas, e imaginé que fuera un asunto puramente ambiental, que dinamitan el entorno sería la solución.
IV
Tampoco fue manera de olvidarte. Y al final entendí que un recuerdo es algo que se deshace. Y entendí más: que no es el recuerdo el que se deshace, sino el dolor, el apego que sentías, la herida que rodeaba tu vida, el muro circular de la amargura. El recuerdo sigue intacto. Lo que cambia es tu respuesta, lo que te provoca recordar. Y para esto solo hace falta una cosa, tiempo, mucho tiempo, justamente eso de lo que nunca disponen aquellos corazones que están como el mío: rotos.
domingo, 10 de junio de 2018
Hablábamos
Hablábamos.
Y hacíamos de aquellas conversaciones
la manera más exacta de evitar la superficie,
de viajar hasta el centro de las cosas.
Ella me decía:
La poesía es una forma de iluminar
a quien tiene sombras dentro.
Yo recogía esas palabras
como quien descubre un paraíso
y respondía:
Lo malo no son las sombras
sino perder de vista la importancia de la luz.
Se anudaba mis palabras a su blusa y continuaba:
Lo malo no es perderse,
es no saber dónde te encuentras.
Cruzaba la noche como un gato entre nosotros
y el paladar se llenaba de respuestas:
Nadie tiene más urgencia
que aquel a quien nadie espera.
Hablábamos.
Y de ese modo tirábamos abajo nuestros muros,
creábamos los puentes, lo que va más allá de la piel.
Halábamos de todo,
de la fragilidad del deseo,
del tiempo que nos toca,
de la desgracia del hombre de la calle:
Quizá el dinero no sé la felicidad
pero un monedero vacío sí la quita.
Y ella seguía:
Es curioso, el dinero va donde lo llaman
no donde lo esperan.
Hablábamos de lo que se ve,
de lo que no se ve,
hacíamos de la palabra el vehículo del mundo.
Hablábamos, siempre hablábamos,
como un modo de apagar la turbación de lo que no se sabe,
para hacer las paces con el tiempo.
Como una manera de unirnos por algo más alto,
no solo en la piel, también en el entendimiento.
Hablábamos y nos escuchábamos,
comprendíamos a través de los ojos del otro,
como un modo de alumbrarnos el camino mutuo,
de llevarnos luz a nuestros pasos.
Un día le dije:
El amor es muchas cosas,
también un modo de encontrar respuestas.
Pero no respondió. Se quedó callada,
no dijo nada más.
Ese día supe que había dejado de quererme.
Marwan
Sigo en este tren
Sigo en este tren, esperando mi parada. El viaje se hace largo, pero no para aquella pareja sentada enfrente, la cuál, se comen a besos, ríen alto, expresan pasión, miradas de amor... Pero ellos aún no lo saben.
Miro hacia otro lado, he decido darles intimidad. Ahí fuera más parejas con el frío que hace en las calles de Madrid. Los restaurantes están llenos de flores y velas. ¡Ah! Ya sé, se me olvidó que era San Valentín...
Pero eso a ti no te extraña, ¿a qué no? Es más que una anécdota. Es nuestra historia desatendida por mí. Y no fue falta de pasión, de eso íbamos sobrados. No, tampoco de amor. Mi regalo fuiste tú desde que te conocí, y te recuerdo que no era San Valentín. Era ese día que no planeas conquistar, ni mirar a nadie de forma especial, ese día que es un día más... Ese día que no olvidaré jamás junto con el que me diste mi libertad. Las historias de amor nos sujetan a estándares, a cuentos de hadas, a lo que la gente espera... Me negué a ser una historia más con el mismo final. Yo no era una princesa ni lo pretendí jamás. No quería a un príncipe con rosas ni canciones ni poemas... Te quería a ti en las noches de tormenta, por las mañanas al despertar, los domingos, en el cine, en la cocina, por las tardes viendo estúpidas películas... Yo sólo te quería a ti. Tú elegiste el cuento.
Patricia Izquierdo Díaz
jueves, 7 de junio de 2018
La frase
Bastaría con una frase que no te soltara,
una frase que te agarrara por dentro,
que te atravesara
y dijera tanto
que no fuera necesario el resto del poema.
Estoy buscándola.
Una frase que corra detrás de la verdad
como un niño hacia los brazos de su madre.
Una frase que abarque muchas vidas,
un punto cardinal al que volver cuando todo está perdido.
Una frase que alumbre
los lugares del pasado donde nos equivocamos,
igual que una idea alumbra
la noche en que por fin comprender todo.
Esa frase que tú ya nunca esperas,
esa frase que no voy a decirte.
Marwan
A la destrucción total
Si el corazón al que llamas está apagado y fuera de cobertura,
si tus sueños tienen banda ancha pero mal la conexión,
si el otoño llama a cobro revertido.
Si te empeñas en un amor ya caducado
y a la ilusión se le corta la digestión
y no queda ya tiempo en el reloj del reencuentro.
Si verse es solo el método más rápido de entender que es imposible,
que las gaviotas del pasado ya volaron a otros nidos
y aquí ya solo queda el rumor de la carcoma
rompiéndonos por dentro.
Si uno más uno ya no suman la palabra nosotros
sino el hilo argumental de la derrota,
si querer es poder pero poder es peor
-mucho peor- que dejarlo ir.
Si atacar es el modo de vivir para los que ya no hay defensa,
si en las ruinas te decides por el rencor
y la compasión es solo una ciudad bombardeada.
Dime, dame un solo motivo,
una buena idea,
¿para qué?
¿qué sentido tiene?
¿a dónde quieres llegar?
Marwan