A veces me avergüenzo de mí,
no dura mucho pero pasa,
me nace un punto negro dentro,
me señalo con mi dedo.
Suele suceder cuando releo mis escritos
o me miro en algún espejo
y me planteo si de verdad
esta vida merece tanto poema de queja,
esta vida que habla de mí,
que he nacido en la cara sonriente de este mundo.
Desde el espejo me miran niños palestinos,
madres que dan vueltas a una plaza,
ancianos deshauciados que cargan su desgracia en una bolsa,
y lo único que puedo hacer para arreglarlo
es devolverles este poema
para que cuente lo que ellos necesitan:
que pida que no apartes la mirada cuando lloren,
que suba como un humo a tu conciencia
y arregle las aceras por donde cruza con soberbia el infortunio.
Devolverles estas líneas para que hagan lo que ellos quieran,
tal vez para cortarle la cabeza a un dictador
o borrar los caminos por donde prepara su odio al extremista,
o simplemente para cumplir las promesas que un gobierno olvidó
antes de empujar al vacío a sus votantes.
Que todo el que lo necesite
encuentre un refugio en estas líneas,
una casa de palabras donde sentirse a salvo.
Que todos ellos,
los exiliados, lo perseguidos,
los aplastados,
los apartados,
los olvidados,
todos lo que esperan desde hace siglos en la cola de la historia
tomen al asalto este poema
y lo hagan estallar
para que su metralla se clave sin remedio
en la conciencia de los hombres
por cuyas cabezas no asoma ni por un segundo
ni un maldito indicio de vergüenza.
Marwan
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