Justo tenía que llover aquel día, con lo que yo odio los paraguas. Llovía tanto que habría sido ridículo no llevarlo. Allí te esperé y, por primera vez, llegaste tarde.
Nos sentamos arriba del todo, donde yo miraba por la ventana más por timidez que por desconfianza.
También miraba el reloj, rezándole a todos los dioses que nunca marcara la hora de marcharse o que lo de la tarde se cancelara.
Nunca te lo he confesado, pero la primera canción que sonó al sentarnos fue Números cardinales. Tú todavía no conocías a Andrés.
Me habría quedado allí para siempre. Jamás pensé que llegaríamos al sitio en el que estamos.
Jamás habría imaginado que no dejaríamos de dar pasos.
Ahí ya lo tenía todo claro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.