lunes, 1 de julio de 2019

Mi laberinto sin salida

Llevo años luchando contra un problema familiar. Años. Mis amigos saben lo que he pasado, lo que he padecido, lo que sigo sufriendo y lo estancada que estoy en la vida.

Cuando he empezado a ver algo de luz ante este problema, la causa que nos llevó a él, sigue ahí y si la causa aún vive, repetiremos todo el ciclo de nuevo. Ante esta repetición, yo ya no estoy preparada. Lo estuve para enfrentarme a él durante un tiempo determinado, pero no podría volver a empezar desde el principio y más si la causa del problema es una persona que jamás va a cambiar.

Me siento encerrada en un laberinto sin salida, del que llevo intentado huir mucho tiempo. Y veo que se vuelve a repetir. Eso crea una ansiedad y una impotencia con las que ya no puedo convivir. Llorar no soluciona nada, que te digan que tengas paciencia tampoco. Paciencia se tiene una vez, porque no te queda más remedio, y aprendes a sobrellevar las cosas. Te haces mayor a la fuerza, pero ya no. Ya no quiero ni ser mayor, ni ser responsable de una familia ni tener paciencia. Quizás penséis que soy una inmadura, puede ser. No lo sé. No voy a entrar en juicio contra mí, porque saldría perdiendo.

Necesito salir de ese laberinto en el que por más que doy vueltas no consigo encontrar la salida. Los años pasan y yo sigo igual que hace siete años cuando todo empezó. Nadie se ha sentado a escuchar mi historia, mis amigos saben lo que les cuento, pero ninguno quiere ahondar más en el tema, porque suelo cerrarme ante preguntas incómodas. Algún día, supongo, que la contaré desde el principio. Será para un par de oyentes nada más, o para alguien a quien yo no le importe. Odio las miradas de compasión, de... no sé qué te puedo decir, o yo haría esto y esto... No podría implicar así a mis chicas.

El único que sabe todo y lo mantiene el silencio es un amigo, es mi mejor amigo, y él jamás me ha preguntado más allá de lo que era evidente. Nunca nos hemos sentado a hablar sobre este tema. Y se lo agradezco, pero sé que sabe más de lo que imagino.

Seguramente le escriba esta noche para decirle lo mismo que tantas veces "no puedo más", ¿cuántas veces le he escrito eso y aquí estoy? Una vez más... Llorar no vale, gritar tampoco, otras cosas... tampoco. Se me acaban las ideas, las soluciones, la agilidad mental que suelo tener para cuando estoy en apuros o en peligro, se me acaban las pilas... Él sólo con mirarme, sabe lo que siento, y veo en él también la impotencia de querer salvarme y no poder. Es mi problema, lo intento solucionar como puedo, pero es verdad, que entre dos, la cosa se lleva mejor.

Ha sido un fin de semana bonito, relajante, en el que he comido, dormido profundamente a pesar del calor y he sido yo misma... Pero no puedo con los domingos que son bofetadas de realidad. Y ya ni lo cuento, es lo de siempre. Paciencia, ¿no? Pues no. Socorro. Imaginaros que estáis en un salón lleno de gente gritando a pleno pulmón "socorro" y no hay nadie que se gire o alce la vista. 

Mi vida no ha sido fácil. Todo me ha costado el doble que a los demás, el doble de esfuerzo, pero he luchado por mi familia y por mí a la vez, y por mis amigos, y de eso puedo sentirme más o menos orgullosa, pero ya no puedo ni conmigo misma. Huir o quedarse... ¿qué es de valientes?

Patricia Izquierdo Díaz


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