Tu melena inconfundible me alegra los días. Se mira desde lejos. Se ve antes de aparecer, te lo aseguro.
Tus ojos, que luceros no son, se parecen más más a veleros. Son todo misterio cuando los cierras. Esos que cuando se encharcan me matan un poco el alma.
Tus dos paletas me alegran la vida cada vez que sonríes. Les he puesto mote. No se te olvidará nunca.
Tus pequeñas manos que bailan, como si lo estuvieras dando todo en el pub de debajo de casa, cuando suena alguna canción que ya reconoces.
Esa manera tuya, inconfundible, de caminar. Que más que caminar parece que corres buscando sueños en la matón de los juegos olímpicos.
Escalas, trepas corazones. Caes, pero siempre te levantas.
Te encanta trasnochar.
Cuando se marcha el sol, tú te activas.
Desesperas y alteras. Ojalá que nunca te mueras, que seas inmortal.
Seguirás siendo una guerrera.
Tímida guerrera.
En algo tienes razón, ratón.
Todo es tuyo. Porque todo lo mío hace un tiempo que pasó a ser tuyo.
Sin contratos de por medio.
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