viernes, 16 de octubre de 2020

La chica de la oficina

 Próximo tren: Dos minutos.

Alguien mira el reloj nervioso. Es él. El que se levanta cada mañana media hora antes para asegurarse de coincidir con ella en el mismo vagón. El tren llega. Se sube y consigue sentarse. Saca un libro y comienza a leer, aunque su mente no termina de concentrarse porque está pensando en ella. Las paradas se van sucediendo. Sube y baja gente, pero nadie que le importe. El móvil vibra: "Estoy a cuatro paradas". Es ella. La que sí importa. Y él sonríe. Al final va bien de tiempo si se da prisa.

Ahora toca transbordo. Nada más pisar el andén, corre por toda la estación de metro como si le fuese la vida en ello. Al llegar al otro andén, vuelve a mirar el reloj nervioso. Esta vez no por el tiempo, sino por ella.

Próximo tren: Un minuto.

"He llegado a tiempo", se dice satisfecho a sí mismo.

El tren va a efectuar su parada en la estación.

Ya viene. Él, como siempre, se pone justo enfrente de donde queda el primer vagón. Donde ella lo espera. Mientras el tren se detiene, puede verla por las ventanas. Sonriente. Radiante. Está sentada y tiene un asiento guardado para él. Se abren las puertas, y más gente que no importa sale por ellas. Él se siente como un atleta en una carretera de cien metros lisos, esperando la señal para correr hacia ella. La última persona que se dispone a salir del vagón, lo hace. Ahí está su señal. Anda rápido, calmado como puede sus ganas de correr -está seguro de que si estuviese un poco más lejos no podría evitarlo, dándole igual lo que puedan pensar los demás. Los que no importan-.

Por fin llega hasta ella y se sienta a su lado. Ya están juntos, otra vez. Se sonríen. Se miran. Se miran muy intensamente sin decir nada, pero diciéndose todo. Acto seguido examinan a su alrededor. No hay nadie que los conozca de su oficina.

Por fin se dejan llevar.

- Te he echado de menos.

- Yo más.

- Tú siempre más.

Se ríen. Se besan. Se sienten libres, rebeldes y felices.

Sus vidas siguen gobernadas por la misma rutina de mierda, pero, durante tres palabras, escondidos en ese vagón de la línea nueve donde nadie les reconoce, se abrazan, cierran los ojos y sienten que todo lo demás, como la gente del metro, no importa.



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