A veces me siento solo. Desde luego no es malo estarlo, pero hay días que me gustaría tener alguien con quien ir al cina, salir a cenar o escaparme un fin de semana. Alguien que piense en mí cuando necesite sonrisas y abrazos; que dé color a lo gris que se puede ver todo de vez en cuando. El problema surge cuando aparece alguien interesante. A veces me gusta estar solo, y me apetece estarlo. Y me aterra ver que puedo dejar de ser rey de la vida que tengo por reino. No quiero decidir con nadir si nos dormimos con la tele encendido o apagada, ni qué serie vamos a ver. Tampoco quiero domingos de comidas con suegros, ni viajes en coche sin poner la música que a mí me gusta. Los sábados me gusta que me bailen, y los domingos me gusta tener la cama entera para mí.
Y entre este conflicto de estar solo o acompañado, estoy yo, agobiado cuando la balanza se decanta por cualquiera de los dos estados. En semifelicidad cuando encuentra equilibrio, y diciendo tonterías cuando vuelvo a pensar en ti, sabiendo que hablo de balanzas porque no puedo hablar de ningún "contigo".
Al final no es bipolaridad ni querer o no estar solo. Es querer estar contigo y no estarlo.
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