De nuevo...
De nuevo me miro al espejo y me miro. Granos, rojeces, imperfecciones. ¿Cómo lo harán las chicas de las revistas?
Me miro esas chichas que sobran de mi cuerpo y que tantos quebradores de cabeza me han dado. Me miro, me vuelvo a mirar. Echo de menos el cuerpo que me dejó la cuarentena. En mi vida había estado tan... formada.
De nuevo, veo algo que no me gusta y eso me revuelve por dentro. Pienso en la comida como si veneno se tratara. Pero como. Como porque los demás me miran, porque es lo que hay que hacer, porque dicen que es una necesidad primaria.
Me doy la vuelta y miro mi culo. Demasiado grande. Mi tripa nunca ha sido plana. De repente, me entran ganas de arrancarme de cuajo aquello que me sobra. Y me dispongo a ponerme a hacer mis rutinas de ejercicios. Una hora, dos... a veces hasta tres.
Mi cuerpo cae en la esterilla. No puede más. Me entran calambres por las piernas. Me dan nauseas. Me siento mareada y veo un poco distorsionado. Pero da igual, aún me queda media hora más. Media solo (y nunca es media, lo sé). WonderWoman a veces se pierde entre ejercicio y tiempos, rutinas y ciclos.
Todo esto, porque ante el espejo, decidí subir a la báscula. ¿Mi peor enemiga? No. Siendo sinceros, mi peor enemiga siempre he sido yo.
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