Ascensor, aunque solo eran dos pisos. Suficiente para mordernos la boca y desvestirnos con la mirada. A duras penas abrimos la puerta, las llaves aterrizaron en algún lugar del suelo. Una pierna doblada contra la pared y quedaron al aire tus caderas. Agarré tus manos suavemente y las apoyé hacia arriba. Sonreíste porque sabías que no quería ni un centímetro de tu cuerpo sin probar.
La camiseta subió por los brazos y volviste a reír. Me acerqué a tu cuello y cerraste los ojos. El deseo de lamer tus pechos mientras gemías.
No existía nada más en aquel momento. No se salvó ningún músculo de nuestro cuerpo. El calor y la puerta de la habitación sin cerrar. Fue más verano cada hora de aquella noche.
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