Está claro que no todo el mundo quiere igual ni de la misma forma. Que tenías derecho a no querer nada más conmigo; a que, aunque duela, no fuera más que un entretenimiento para algunos ratos, principalmente los ratos que tú querías.
Quizá algo de cariño me pillaste, o eso decías. Y yo no lo pude controlar, me apetecía y hacía lo posible y lo imposible por cinco minutos más, unas horas más, un fin de semana más.
Sí, no hace falta que nadie piense que soy gilipollas, yo ya lo terminé pillando. Ser un iluso: eran las tres palabras tan dolorosas que en el momento no quieres ver ni reconocer.
Además, así te fuiste alejando, según tu aburrimiento, cada vez menos y más rápido. Hasta que casi sin hacer falta palabras la cosa se acabó.
Y bien, jode, pero eres libre de hacer lo que te dé la gana. Lo que me toca las narices es esa estúpida manía de querer aparecer siempre que intuyes que empiezo a ser feliz. Como si te jodiera que lo fuera, aunque tú ya no estés. Que no estás porque no te dio la gana. Parecer el perro del hortelano.
Ladra lejos, ya me estás cansando.
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