Abres el Spoti, seleccionas una lista de reproducción. Así de fácil y así son de accesibles las últimas canciones de moda, las clásicas o las más cañeras. Todo en cuestión de segundos y con un solo clic. Pero hace no tanto, por Navidad, pedíamos nuestros CD favoritos y un discman de regalo. Nos reñían por jugar con el tocadiscos del abuelo o por romper uno de sus vinilos. Nos pasábamos horas escuchando la radio tratando de conseguir grabar en un cassette la canción del momento. Y si grababas sin querer la voz del locutor, rebobinabas la cinta con ayuda de un boli Bic. Algunas veces conseguíamos meter hasta siete canciones en cada cara. Todo un logro.
Mi primer discman me lo regalaron en el año 2001. No me cabía en el bolsillo del abrigo. Tenía que llevarlo en la maleta, dejando la cremallera abierta, para escuchar música al salir de clase. Más de una vez me quedé recogiendo los libros del suelo al ceder la frágil cremallera. Con mi primer mp3 dejé de tener ese problema.
Con el paso de los años, las cosas tienden a mejorar. A renovarse. A simplificarse.
Aun así, no puedo evitar sentir nostalgia de lo maravilloso que era tratar de conseguir grabar mi canción favorita, a veces incluso durante días.
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