Había una vez un pescaíto que se pasaba el día sonriendo. Nadaba y nadaba para hacer más felices a sus papás peces. Nadaba por la mañana, por la tarde y por la noche. Nadaba de aquí para allá.
Pescaíto tuvo que marchar a otro lugar. Con otros peces a los que jamás dejó de alegrar. Cantando una canción de Rozalén cada mañana al despertar. Una mañana tras otra...
Era su forma de mandar un mensaje a sus papás:
"Sed felices, yo estaré bien. Os quiero, dejemos a un lado el odio, el amor siempre se queda".
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