Hasta el día en que te conocí todo el mundo aparecía de puntillas. Quizá era la manera en que tenía el destino de explicarme que tú todavía no habías llegado. Ahora, cuando echamos la vista atrás y recordamos el pasado, es cuando entendemos que algunas veces todo tiene una razón. Que algunas cosas suceden por algo, para bien o para mal. Llámalo destino, llámalo hilo rojo, llámalo corazonada.
Y yo siempre te digo: "Estoy seguro de que, por alguna razón, tuvo que ser así". Cosas del destino, ¡quién sabe! Bonitas casualidades.
La primera vez que hablamos, lo sé, parecía despistado. Suele pasarme cuando me pongo nervioso, miro para otro lado y parece que no hago caso. Pero lo hacía y mucho. Maldije la hora en la que te tuve que irme. Nunca tenía prisa y justo ese día miraba el reloj. No por querer marcharme, sino por deseo de que no se movieran las agujas.
Y pensé que todo se quedaría ahí, que no me tocaba a mí algo tan bonito.
Recuerdo aquel día en que me preguntaste al irte qué tenías que hacer con todas esas ganas de besarme. Y me latió tan fuerte el corazón que casi hay un terremoto en las islas Cíes.
La madrugada de nuestro primer beso, al irme a casa, flotaba. Pensaba que era un iluso, ya que algo por dentro me decía que habías llegado para quedarte. Desde entonces hemos ganado todas las batallas, hemos aprendido a luchar contra viento y marea contra todos los miedos, las inseguridades, los errores. En cada uno de los malos momentos, ninguno arrojó la toalla y, en los buenos, fuimos formando un hogar, una familia, un proyecto de sueños con validez para toda la vida.
Hemos disfrutado de miles de risas en la cama, de muchos viajes. De muchas anécdotas para recordar. Tenemos hasta bien pasados los noventa para dar la vuelta al mundo.
Si tú quieres, el amor será silencio hasta que ya no queden latidos.
Por eso hoy quiero preguntarte: "¿Quieres casarte conmigo?".
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