Lanzar la ropa por los aires como quien pierde los papeles de la cordura, componer la sinfonía del sudor sobre la partitura de una cama, firmar la obra maestra de la carne.
Colgar de la ventana el cartel de No admitimos malos sueños, desprecintar la botella de la alegría que esperaba a ser llamada por nuestras bocas, ir subiendo con caricias el puerto del orgasmo finalmente coronado.
Bajarnos el uno al otro en canoa, lanzarme sin cordaje hasta su sexo, palacio de saliva, fluido de la felicidad.
Conocer ya solo el verbo desvestirse, entender que el deseo es la raíz gramatical del placer y nosotros -al corrernos abrazados-, una sucursal de la felicidad.
En resumen, todo lo que supone encontrarnos sin ropa frente a frente, todo lo que significa hacer el amor contigo.
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