Las caricias son la lengua materna de la piel, su vehículo de expresión, el domicilio donde vive la ternura.
Las caricias son las puertas donde se abren los sentidos, la desembocadura de la belleza, la travesía de los dedos a su origen.
Las caricias son la respuesta del amor al ser preguntado por las manos, la razón social de la levedad, el diccionario de la brisa envolviendo a los amantes.
Las caricias son palabras para las que no hay vocablo, la pasarela de los sentimientos, el alfabeto de la sutileza.
Las caricias son delfines buscando tu espalda, proyectiles de algodón, aviones que aterrizan al borde de un escalofrío.
Las caricias son las llaves que abren la armadura, la maestría del panadero sobre la carne, el desfile de la delicadeza.
Acariciar es sanar de golpe un mundo roto, arpegiar sobre otra piel un sentimiento, melodías al contacto con el otro.
Y las caricias las notas musicales, las puertas del afecto, las palabras que nos quedan para hablar de todo aquello que no puede ser dicho de otro modo.
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