Escribo versos en los semáforos, en la cola del supermercado. Lleno el ascensor de palabras, el desayuno de metáforas, y mi cuaderno de oficina de citas por reconstruir.
Fueron muchas, largas y tediosas, mañanas, tardes y noches, de espera. Y ni un solo verso, ni dos palabras a la par, ni un sueño, solo espera...
Recuerdo el dolor en la espalda, la dureza del plástico eterno clavado en mi piel, la mirada fija, perdida un suelo blanco, frío y triste.
Sentir cómo tu cuerpo deja de ser tu cuerpo, y pasa a formar parte de un entorno vacío, pero lleno de gente, de problemas, de noticias que no llegan.
Un lugar en el que no cabe la palabra "amor".
Decenas de pares de miradas que extrañan la presencia de aquella juventud, y tu soledad. Caras amables, conversaciones forzadas. Aquella maldita necesidad de un mal compartido.
Leer en rostros ajenos la ternura y tristeza que se dibuja en la incertidumbre de quien se pregunta por los males que desordenan a la joven del fondo.
Reproducía en bucle, me frotaba los ojos, comenzaba capítulos de libros que jamás terminé.
Preparaba exámenes entre verdades pruebas tan necesarias como eternas. Dormía entre ruidos, quejidos, nostalgías y soledades.
Nunca antes había visto tanta ternura, tanto fracaso, tanta soledad...
Cada día igual que el anterior, bajaba la media de un autobús cargado de historias por contar, me perdía en pasillos que terminé conociendo como la palma de mi mano, dejaba caer mi cuerpo frente a la puerta y volvía a esperar.
Esperar, esperar y esperar. Yo nunca supe esperar; sin embargo, entonces, no deseaba ninguna respuesta. Era tal el miedo a lo desconocido que podría seguir poniendo a prueba mi vida, y mi paciencia.
Aprobé los exámenes, puse nombres a batas blancas, y a mis defectos de fábrica.
Y ahora que soy yo, con mis circunstancias, leo a Benedetti mientras sujeto tu mano entre paredes blancas, y escribo versos, sin miedo a nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.