Aún le tengo respeto a la inseguridad. Cuando le veo a él me veo reflejado con su edad. Pongamos que unas nueve primaveras. A su edad todo lo que nos rodea nos enseña a caminar por esta vida, poniendo a diario, a nuestros pies, situaciones en las que hay que tomar decisiones, por muy simples que sean. Pero a los nueve años las decisiones pueden conllevar inseguridades. Él dudaba si se podía navegar en un barquito de papel, pero su inseguridad le provocaba miedo. ¡Aun así! Él decidió, decidió zarpar y por lo visto no le va tan mal. Él no estaba seguro de que las nubes fueran de algodón de azúcar. Pero decidió volar y comprobó que una nube es tan dulce como uno mismo se proponga.
Y ahora, una de sus mayores inseguridades es esa de comerse el mundo. Y es cuando él me pregunta: —¿Papá, y si nos gusta comernos el mundo y alguien a nuestro alrededor se ríe? —Hijo, si alguien se ríe, cuando te hablen de comerse el mundo, tú diles que comerse el mundo es el punto de partida para ser feliz, que bocado a bocado y sonrisa a sonrisa es la forma de aprender a caminar, es la forma de dar, para después recibir. Y si aun así tienen dudas, déjalos volar. Que en su día aprenderán que la inseguridad que uno mismo esconde, es tan sólo el miedo a aprender.
Poema dedicado a mi hijo Oriol, del que a diario aprendo cosas nuevas para ser feliz.
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