Sábado.
Miro por la ventana y veo que hace un día un poco nubladete. La casa se me llenará en una o dos horas de gente. Cena familiar y Javi trabajando. Echo de menos ir a trabajar, aunque incluso ahora, en el que todos los días me parecen iguales, los sábados me siguen pareciendo un desastre, y me he acordado de una compañera del cole de Griñón. A ella tampoco le gustaban los fin de semana. Pero la vida, a mí me apartó de mi zona de confort, de lo que ya tenía por costumbre. Y si no quieres una taza, toma dos.
La vida es una hija de puta a veces, pero ella misma nos hace crecer. Si te apotronas en esa zona te quedarás ahí, atascado, arruinado, estancado, siendo el que eres por muchos más años, ¡y qué pena! Me siento algo optimista hoy. A pesar de los baches y las malas rachas que ya han dejado de ser rachas y se han convertido más en una forma de vida, pero siento que voy creciendo de una manera u otra, pero avanzando. Lo que no tengo claro es hacia donde, pero he dejado de lamerme las heridas y me está dando igual mis ojeras, mi aspecto. Solo me importa que cada día cuente, porque al final somos eso, momentos vividos.
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