Y no tardé de volver a mi lugar en el mundo. Cuando más lo necesito, justamente. Allí los problemas se hacen más pequeños, más insignificantes. Las personas me parecen lejanas y los comederos de cabeza se esfuman. Es un lugar mágico, es mi lugar. Y poder compartirlo con mi marido y mi perra, es lo mejor del mundo. Ver en ellos, la misma cara de felicidad que la mía, no tiene un precio calculable.
Esta semana, empecé un nuevo trabajo. En Torrejón de Ardoz. Tengo que decir que mis compañeras, así de primeras y líneas generales, son un primor. Y, por fin, soy indefinida, que eso a día de hoy cuenta un pimiento, pero me hace ilusión. La cantidad de horas que trabajo son infinitas, pero... a estas alturas de curso, encontrar un trabajo de lo mío, es que te toque la lotería. Así que aquí estaré, de nuevo, dándolo todo hasta que el jefe o yo quiera. Es lo que hay... ¡Ah! Y el madrugón, vaya tela. A las 7.30 allí recogiendo bebés... Pero, ¡me encanta! Eso hace que el viaje de cada día merezca la pena. Ahora entiendo por qué la gente llama a Valdemoro, "Valdemordor", hasta aquí Frodo Bolsón no hubiera llegado, ya os lo digo yo.
¡Qué ganas de volver a mi tierra pepinera! ¡Qué ganas te tengo Leganés! Al fin y al cabo, todos los días estoy allí, pero siempre dependiendo de un coche o de unos horarios. ¡Qué ganas, no os lo imagináis! La semana pasada, me pasé todas las tardes de visitas de pisos. ¡Ay, Jesús! Lo que hay por ahí. Pero, encontraré mi casa, tengo buscando a todos los pepineros de pedigree ayudando a buscar un piso para la hija de las cangrejeras. ¡Y qué agradecida estoy de pertenecer a ellas!
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