Algunos tardamos mucho en darnos cuenta de que, al final, cualquier reloj da la hora, y que un coche normalito nos lleva a todos los lados. Y que cada noche deberíamos dar las gracias antes de acostarnos; en vez de desvelarnos pensando en todo aquello que no tenemos. Y que cuando te acuestas en la cama cansado de trabajar con honradez y de portarte bien con la gente, se duerme de maravilla. No somos las cosas que nos compramos, ni los títulos que nos dan, ni el puesto de trabajo que alcanzamos; desde luego la felicidad no está en nada de lo anterior; porque el día que lo perdamos pensaremos que no somos nada, que no valemos nada. Los amigos de verdad no se compran, ni los abrazos sinceros, ni los besos bonitos. Cada uno es lo que lleva por dentro. Hay que invertir un poquito de nuestro tiempo en quedarse solo, con uno mismo, y encontrarse. Encontrarse para reflexionar, para analizar y para valorar. Hay que arriesgarse y ser valiente para ser feliz. Y hay que sembrar para recoger pero dando gracias siempre a cada paso que damos.
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