¿Conocéis la sensación de que algo se rompe dentro y duele, duele mucho... Tanto que no te deja respirar? Romperte, duele. Resquebrajarte, duele. Y yo que pensaba que no me quedaban lágrimas y era la hija del hielo. He tenido una sensación horrible, pero es la única que sientes cuando tu corazón se parte en pedazos... otra vez. Y es la sensación en la que te sientes pequeña ante un mundo tan grande. Muy pequeña, frágil, diminuta y poco cosa. Una sensación en la que no sirves para nada. Porque los problemas te han comido... ¿y qué haces? Llorar. Solo eso. Como un bebé. No haces más. Se supone que tienes años, experiencias, capítulos, pero lloras... como si no lo hubieras hecho antes. Pero no notas mejoría, sino que duele más, y no se pasa, empeoras y no puedes dejar de llorar hasta que el sueño te pilla desprevenida y es el único que sabe consalarte.
Después te levantas, pero sigues rota, te cuesta encontrarte. Y como alguna vez he dicho, lo que se piensa en frío da miedo. Y cuando alguien ha intentado ya algo, sin miedo, no tiene problemas en volverlo a hacer. Cuando las soluciones no llaman a la puerta, cuando no ves ninguna luz y la oscuridad es la que te acuna. Las decisiones toman la palabra... Y yo... Esta vez me dejo llevar.
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