miércoles, 26 de octubre de 2022

Querida hija...

 Hay momentos en los que el mundo se detiene.

Y se detiene para que tengamos unos minutos más.

Son oportunidades que nos da la vida.

Aprovéchalas.

Te escribo esta carta en este libro porque es la única manera de garantizar que algún día la leerás. Y quiero que lo hagas cuando estés embarazada de tu primer hijo.

Querida hija, a tu alrededor te harán muchos regalos: canastillas, una cuna, un cambiador, una sillita para salir a pasear, una mochila para iniciarte en el porteo y que no pases un solo minuto sin tu bebé pegado a tu cuerpo, juguetes, cremas y mantitas... Yo no voy a ser menos y también te voy a hacer un regalo: esta carta.

¿Sabes, cariño? Aún tienes siete años, pero ahora mismo te estoy visualizando dentro de otros veinte. Y te veo con tu larga melena, tus inmensos ojos verdes llenos de vida, tu piel fina y clara sin rastro aún de los avatares de la vida. Con tu mano izquierda sujetando este libro y con la derecha acariciándote la barriga en un ingenuo intento de acariciar también a tu bebé.

¡Ya eres mamá! ¿Verdad que te sientes mamá? Desde el mismo instante en el que nos quedamos embarazadas ya nos sentimos madres, es un sentimiento maravilloso. No pasa un solo minuto sin que pensemos en el pequeño ser que está tomando forma dentro de nuestro cuerpo. Cielo, siente cada uno de sus movimientos, cada una de sus patadas. Párate y siéntelas, disfrútalas. Es un privilegio exclusivo de las mujeres, no las dejes pasar. Las recordarás siempre.

Estás deseando ver su carita, ¿verdad? ¿Habrá un deseo más poderoso que ese durante estos nueve meses? Cuando tú estabas dentro de mí te imaginaba a todas horas: cómo serían tus ojos, tu pelo, tu cuerpo entero... Y me pasaba las horas del día en un estado de enamoramiento de una persona a la que aún no conocía, pero que ya sentía mía. Y se me iban los ojos detrás de los recién nacidos y de las «recién mamás». Observaba tímidamente cómo los amamantaban, cómo los acunaban y contaba las horas para ser yo, pasados unos meses, la que calmaría tu llanto en mi regazo.

Cariño, cuando al fin llegue ese momento de verle la cara a tu hijo, cuando estés allí tumbada rodeada de gente, con muchos focos iluminándote y muchas voces opinando, sentirás miedo. Te sentirás vulnerable y frágil. Tranquila. Es normal. No dejes que el miedo te paralice. Estás a punto de vivir la experiencia más extraordinaria e impactante de tu vida. Te garantizo que no hay momento igual en la vida de una mujer. ¡Qué menos que sentir miedo!

Por supuesto que sí. Date permiso para sentirlo. No pasa nada, es natural.

Si finalmente es un parto vaginal, empujarás con todas tus fuerzas, mi amor, con todas las fuerzas que tenías y que nunca creíste tener. Notarás cómo te partes en dos, cómo te divides, escucharás tu corazón latir más fuerte que nunca, sudarás, gritarás y, conociéndote, llorarás, llorarás mucho al ver al fin a tu bebé sobre tu pecho desnudo. No sabes lo que yo lloré al verte por vez primera, al besarte, al olerte. Lloré mucho, lloramos mucho. Papá y yo abrazados en aquella camilla, con tu cuerpo diminuto sobre nosotros. Tan frágil y tan fuerte al mismo tiempo. Tan nuestra. En ese preciso instante el mundo se detuvo. Y cuando llegue tu momento se volverá a detener.

Sí, cariño, hay momentos en los que el mundo se detiene. Y se detiene para que tengamos unos minutos más. Son oportunidades que nos da la vida. Aprovéchalos.

Acariciarás con tus manos temblorosas su cuerpo empapado de ti y le dirás como yo te dije a ti:

—Shhhh, tranquila, mi amor, tranquila. Ya estás con mamá... Llora tranquila.

Y tu bebé, al escuchar tu voz, voz que lleva escuchando nueve largos meses, se calmará e intentará abrir los ojos. Y ahí estarás tú: su madre. Te reconocerá en su primer aliento y lo sabrás.

Querida hija, a esta explosión de dolor, llanto, y felicidad extrema le seguirán unos días grises. Unos días de nubes, en ocasiones, tormentas. Es el posparto, del que espero se hable más cuando leas esta carta. ¿Te puedes creer que cuando yo me convertí en madre no sabía ni lo que era? Probablemente te estés riendo ahora mismo. Me alegro, pues eso querrá decir que muchos millones de mujeres ya hemos hablado tanto de ello que al fin se ha normalizado y aceptado como una fase normal, pero emocionalmente difícil para la mujer y para su compañero de viaje.

No te hagas demasiadas preguntas, hija. No es momento de buscar respuestas.

No culpabilices a los que te rodean de tu aparente tristeza. No te sientas culpable si no celebras con la misma energía que los demás el feliz acontecimiento.

No sufras, mi amor, no lo hagas si el maravilloso sentimiento de la maternidad del que tanto oíste hablar no te llega en el preciso instante en el que coges a tu hijo por primera vez en brazos. Tranquila. Respira.

Mantén la calma. Busca apoyo. Yo estaré a tu lado para secar cada una de tus lágrimas como estuvo la Minina, tu abuela, al mío cuando tú naciste.

No te frustres si crees que tu marido ha dejado de comprenderte, si sientes que habéis perdido la complicidad que teníais antes. No lo hagas, porque no es más que un espejismo. Tus hormonas caerán en picado y ese es el motivo de tu desazón. No vayas más allá. No es momento de explorar.

No te sientas culpable por no desearle como lo hacías hace unos meses. Te seré franca, no tendréis buen sexo hasta que no pase un tiempo prudencial en el que tú te encuentres físicamente bien.

Y esto es lo normal. Así que, ahora que ya lo sabes, no te culpabilices más. Todas las piezas del puzle que se encuentran en estos momentos desordenadas y sin sentido encajarán a la perfección en un tiempo. Y entonces dirás, entonces gritarás:

—¡¡¡Síííí!!! ¡Vuelvo a ser yo!

Durante estas semanas es momento de intentar recuperarte lo antes posible. De salir a pasear si esos dichosos puntos a los que llegas a odiar con todas tus fuerzas te lo permiten. Date licencias, llama a tus amigas si así lo deseas o diles directamente que no quieres visitas si lo que necesitas es estar a solas con tu bebé y tu marido.

Sé sincera con todos ellos, pero sobre todo sé sincera contigo misma.

Recuerda y ten presente que los primeros días del nacimiento de vuestro primer hijo son de tal intensidad y emoción que solo han de ser vividos y sentidos por vosotros: papá, mamá y vuestro hijo.

No permitas que nadie enturbie esos momentos. No te dejes llevar por el qué dirán si no los invitas a venir a casa, ni te dejes arrastrar por las opiniones ni deseos de los demás. Es vuestra casa, es vuestro hijo y es vuestro momento: la maternidad acaba de llamar a la puerta. No hay más.

Vividla como vosotros queráis y sintáis. Nadie ha de opinar, ni siquiera yo con todo lo que dicen por ahí que sé de niños...

Los que de verdad os queremos os apoyaremos desde el patio de butacas o desde el mismísimo escenario, si vosotros así lo deseáis, pero sois vosotros los directores de orquesta, no lo olvidéis.

Así que, mi cielo, mi niña..., para mí siempre seguirás siendo mi niña, coge aire, respira profundo, oxigena tu cuerpo y el de tu bebé, cárgate de fuerza, de amor y de energía. Ama mucho, sonríele a la vida y piensa en positivo: «Todo va a salir bien, todo va a salir bien», repítetelo cada vez. Cada vez que el miedo ose eclipsar el momento que estás a punto de vivir.

Apóyate en tu chico, estará a tu lado, la mitad de su ser está en tus entrañas y, en unos meses, estará en tus brazos también.

Papá y mamá estaremos junto a ti, incondicionalmente. Palabra que cobra todo el significado del mundo cuando te conviertes en madre: incondicionalmente.

¿Estás preparada? ¿Estás preparada para querer a alguien más de lo que nunca te has imaginado que podrías querer? ¿Más que a nada, más que a nadie, más que a tu propia vida incluso?

Pues ahora ya sabes lo que te he querido, lo que te quiero y lo que te querré.

Siempre tuya,

Mamá



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