sábado, 30 de julio de 2016

Mi pijama todavía huele a ella

Estaba en la cola del supermercado.
Cuando me tocó a mí, la cajera
se puso a llorar desconsoladamente.
No podía decirme ni siquiera
cuánto era. Rodeé la cinta de la caja.
La cogí de los hombros y me hundí 
en sus ojos claros de pelirroja.
- No te preocupes - dije.
Vacié deprisa la caja registradora
en una bolsa del propio súper.
Casi trescientos dólares. Susurré:
"Nos vamos".
Al llegar a mi casa todavía lloraba.
La metí en la ducha, le di un pijama
limpio, la acosté en el sofá y salí 
a fumar a la coladuría.
Cuando se despertó, le di el dinero.
Se despidió con un abrazo enfermo.
No me dijo su nombre. No volví
a verla ni regresé al supermercado.

Mi pijama todavía huele a ella.

Pedro Andreu


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