Estaba en la cola del supermercado.
Cuando me tocó a mí, la cajera
se puso a llorar desconsoladamente.
No podía decirme ni siquiera
cuánto era. Rodeé la cinta de la caja.
La cogí de los hombros y me hundí
en sus ojos claros de pelirroja.
- No te preocupes - dije.
Vacié deprisa la caja registradora
en una bolsa del propio súper.
Casi trescientos dólares. Susurré:
"Nos vamos".
Al llegar a mi casa todavía lloraba.
La metí en la ducha, le di un pijama
limpio, la acosté en el sofá y salí
a fumar a la coladuría.
Cuando se despertó, le di el dinero.
Se despidió con un abrazo enfermo.
No me dijo su nombre. No volví
a verla ni regresé al supermercado.
Mi pijama todavía huele a ella.
Pedro Andreu
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.