sábado, 18 de noviembre de 2017

Volverte a ver

Ahora que la vida
es un laberinto con peldaños
quiero subirlos contigo de tres en tres.
Y tú sin saberlo.

En realidad esto no es un poma
es sólo una forma de pensar en ti sin que lo sepas,
de mirarte de cerca sin que me veas,
de colarme por dentro
como las capas de ropa del invierno
para ser la única que no te sobre
cuando entres al metro camino del trabajo
y salga el sol en tu vientre.

Mi corazón es parte de la lluvia
pero no vas a sentir frío
porque soy un hombre feliz,
si quieres
podemos hablar de ingeniería forestal,
de los latidos del planeta,
de los viajes que hiciste sin mí a Canarias
o de la hipérbole de un abrazo.

También puedo volver a conocerte
cada vez que me esperes
(con la mirada en silencio)
en algún café del centro
sentada en la mesa del fondo
como si fuera la primera vez.

No sé nada de ti y te conozco,
no tengo derecho,
mucho menos permiso
pero no sabes lo divertido
que puede llegar a ser
pisar charcos con treinta y tantos
y mojarse el alma,
andar ligero de equipaje
porque es la mejor manera
de volar sin turbulencias
y mandar un cohete a la luna
con los planes que hicieron por ti,
con la paga extra y el máster,
con el miedo a verse viejo y sin pareja.

Encontrarte estaba escrito,
como si paseas solo por París
escuchando Damian Rice y llueve.
Conocerte es un peligro
pero aprendí a vivir seguro
sentado al borde del precipicio
después de sentir con arnés
durante tantos cuerpos
y dormir de la almohada.

Eres un enigma
y a mi me pueden los misterios,
igual que el material de esa pulsera
que baila un tango en tu muñeca
y que sólo es una excusa
para despistar a tus manos,
para atrasar en el reloj de tus ojos
la hora de despedirnos.

Tengo tiempo,
algo de prisa y poéticamente un problema:
el estúpido deseo de volver a verte.

Diego Ojeda


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