1
Bendigo tu recuerdo y el recuerdo de tantas copas rotas,
de las noches alcohólicas y tiernas,
de los besos, del cuerpo perseguido,
del infierno ganado en los tugurios, en los bares,
las tascas miserables sonde el vino
rompía la cabeza en mil pedazos,
y unía el corazón y la saliva.
2
Y en las cortinas rojas donde el placer estaba escondido y caliente en camas ya sudadas,
en cuerpos fugitivos y terribles,
y la cerveza tiene ese gusto caliente del sexo y del pecado.
En las calles de un Madrid escondido y enemigo,
corazón de cartón y navajas abiertas,
camisetas pintadas,
cartuchos miserables, acero en las esquinas
y muchachitas rubias cabalgando las horas como pegasos locos.
3
Bendigo cada uno de los días que diste a cada uno de mis dedos
la comida y el frío, y la nostalgia abierta de todos los balcones
en que vimos hundirse los acorazados de la noche.
Los platos y las tazas, los cuadernos, los libros y poemas,
las canciones malditas susurradas
cuando el mundo acababa entre tus piernas,
y el verbo se rompía entre tus gritos.
Y Dios, perfecto y trino, destruía para siempre el Paraíso.
4
Yo bendigo tu cuerpo, tus caderas, tus ojos y tus piernas
y los pechos sagrados en los que un día rendí todas mis armas.
Bendigo cada día y cada noche el excelso mordisco de tus dientes
la paciente mentira en que caímos
cuando todo el universo parecía la curva más pequeña,
el trago miserable de un licor demoníaco y terrible.
5
Bendigo los momentos, cada pliegue de tu sexo bendito,
de tu sexo maldito devorador de hombres y de ángeles.
Bendigo cada uña y cada poro,
la sangre de tus venas, cada surco de tus huellas digitales,
la niña de tus ojos,
cada estría de tus labios ardientes.
6
Bendigo, en fin, las horas, los sesenta segundos necesarios para morir bebiendo el vacío.
Y esos tangos cantados, susurrados, en tanto amanecer sin pesadillas
cuando las bocas buscan otras bocas
y hay gatos maullando por tejados de soledad, lujuria y miel y leche,
como en los viejos salmos de la Biblia.
7
en esta noche amarga, en la que andan sueltos
asesinos de lluvias y de nubes,
y esperan en la esquina esos viejos amantes,
que un día fueron.
En esta noche, digo, en este instante, en esta hora maldita y embustera.
Ahora, pido a todos los dioses y demonios,
a los santos que ha olvidado el calendario,
a los ángeles negros, a las brujas y magos...
les pido que te amparen
te cojan en sus alas, y te traigan hasta mis brazos muertos,
a mi boca, al cálido rincón de esta taberna al fondo de mi vaso
al alcohol de los vinos
más ásperos y tiernos,
a las noches más lúgubres y frías
a mi corazón desesperado.
Eternamente. Amen. Amen. Amen
Rodolfo Serrano
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