Al cruzar el semáforo me ha parecido verte.
Eras una muchacha con pantalones blancos
y una carpeta de flores sujeta contra el pecho.
Tenías el cansancio de aquellos viejos días
y el pelo negro y corto y hasta hubiera jurado
que guardabas intactos tus veinticuatro años.
Andabas como entonces. Y hasta estoy convencido
de que seguías teniendo en un lado del vientre
la vieja cicatriz de aquella apendicitis.
Quién sabe cuántos días caben en el olvido.
Sé que el recuerdo tiene alas de mariposa
y es como el viejo cuervo de Poe con el alféizar.
He aprendido verbos. Y fumo demasiado.
Te echo tanto de menos que alguna noche incluso
sueño con viejos bares y cócteles de estrellas.
No he vuelto nunca a verte, aunque a veces me llegue,
como un dulce mordisco, tu nombre en otra boca.
Y recuerde el olor escondido en tu cuello.
El claxon de algún coche te borró en mi memoria.
Y Atocha fue de nuevo un lugar desolado.
Y esa muchacha fue una chica cualquiera.
Rodolfo Serrano
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