domingo, 6 de mayo de 2018

R. S.

Me dice que fue joven y hermosa,
-pero, ¿quién no lo es con veinte años?-
y hasta un poco alocada, me asegura.
-Demasiado bonita... y ya se sabe-.

Trabajó por las noches, ese espacio
en que es difícil separar nítidamente
lo que llamaban honesto por entonces.
-pero con la decencia no se come-.

Eran años de fríos y de olores
a repollo y miseria en la escalera.
Los años de posguerras de hambres,
cuando duraba sólo la esperanza un segundo.

Me aseguraba que fue amada por hombres
que buscaban muchachas que debajo
del vestido llevaban con vergüenza
esa ropa interior áspera y vieja.

Me cuenta que vivió deprisa y sola,
-No sabe lo que cuesta despertarse
con un perfume ajeno en el estómago-
y consumió voraz besos y años.

Ahora bebe, despacio, su cerveza.
Apura, a tragos largos, sus recuerdos
tan lejana, como si todo el universo
ya no existiera fuera de esta barra.

En el fondo del vaso ve mirándola
su belleza de entonces. Aquel rostro
que un día fuera su única riqueza,
la prueba de una vida hecha pedazos.

Rodolfo Serrano


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