Iba sola y cansada. Tenía entre los dedos
el bolso desgastado del todo a cien del chino.
Se cerraban sus ojos como en un duermevela.
Como si cien despertadores la hubieran fusilado.
Y era la mañana del primer día del mundo,
cuando todo empezaba y salía de los mares
la ameba primigenia que iniciaba la vida.
Y el metro era el espacio para solar sin sueños.
En sus manos estaba el recuerdo al olor
de lejía y detergentes, de oficina y baldosas.
Y pensaba en los hijos, la hipoteca imposible
y en que el mundo era ya cada vez más difícil.
Iba sola y sentía las piernas más hinchadas
y el corazón más lento. Y en el carmín barato
de sus labios notaba lo amargo de los días
y pensaba en familias de chalés y de playa.
El vagón era una tormenta que arrastraba
su cuerpo hecho jirones a la nada.
Que la vida iba en serio lo supo desde siempre
aunque nunca leyera ni a poetas ni versos.
Las puertas sisearon. Y ella bajó en silencio.
El mundo comenzaba otra vez aquel día.
Y ella se adentraba sin ángel y sin dioses.
Rodolfo Serrano
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