Una mujer en una manifestación por la educación pública:
"Tenemos que protestar si no queremos perder nuestro derechos".
Un político: "No cambiaremos nuestras políticas
por muchas protestas y manifestaciones que se hagan".
Cuánta tristeza. Cuánto
dolor en las palabras que ahora escucho,
derrotado frente al televisor.
Por las calles, se extiende, como un sueño,
la impotencia, las manos que no tienen
más que el blanco vacío, el imposible
afán de la tormenta que no llega,
que ha de limpiar las plazas y los cuerpos.
Un futuro sin nombres ni amapolas.
La soberbia se sube a los caballos,
deshace claros días, atraviersa
con la lanza del odio la esperanza.
Mata la voz del hombre, lo aniquila,
lo entierra entre palabras. Hay un vómito
agrio de vino y sangre en el asfalto.
Y todo, todo está como si nada,
como si todo fuera una noche interminable,
el deseo de un fuego ante la cueva,
la nostalgia de viejos paraísos,
la sensación del miedo, el lento pulso
de un corazón cansado y ya vencido.
Más allá de esas voces se levantan
unos labios abiertos a la vida,
los cuadernos y libros escolares,
el alma de los niños, la tristeza,
el pan de cada día y las canciones
de amor, la piel de las estrellas.
Cuánta tristeza. Amor, cuánta tristeza,
cuánto dolor, ahora, ya perdidos
para siempre los mapas que nos trigan
el tesoro de las islas a nuestras manos.
Mas salgamos al mar. Vente conmigo.
La bandera pirata es ahora nuestra
y John el Largo nos guía hasta su isla.
Rodolfo Serrano
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