Cada vez que una madre acaricia a su hijo.
Cada vez que una persona devuelve el cambio de más que el tendero le dio por error.
En cada llamada a alguien que de verdad lo necesita.
En las manos de un enfermero que gasta los mejores años de su vida cuidando a otros que tuvieron menos suerte.
Cada vez que respiras un segundo tras un ataque frontal y no devuelves los misiles.
Cada vez que dimite avergonzado un ministro por coherencia ante un error inasumible.
Cada vez que una señora es ayudada a cruzar la calle.
En la noticia en que se dona la patente de una vacuna milagrosa que salvará de la muerte a África.
En el hombre que despierta deseando el bien en todas partes.
En la cabeza de quien respeta a quien camina por la otra orilla política, en las antípodas de su ideología.
En el clic del donante anónimo en la web de la ONG que confirma veinte euros al mes.
Cada vez que esto sucede, en todos estos lugares la luz está arrinconando a la oscuridad.
Conviene acordarse de esto de vez en cuando,
porque a menudo pensamos que la vida es solamente lo otro,
la ausencia absoluta de belleza
el egoísmo, el agravio y la condena.
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