Un día un niño se pierde en un
centro comercial. Sus padres tardan tres horas en dar con él. Con eso puede
bastar. Puede que con esas pocas horas ese niño se sienta abandonado el resto
de sus días. Porque los niños traducen todo al idioma de los sentidos y así se
sintió ese pequeño, con un abandono planetario sobre el pecho, creyendo que sus
padres se olvidaron de él durante esas horas, horas que serán toda una vida.
Eso puede ser suficiente para marcar a un niño para siempre. Luego tendrá el
resto de su vida para sentirse una y otra vez abandonado traduciendo todo lo
que venga de los demás a partir de esa ecuación que estableció ese día en el
centro comercial. Así opera el trauma que cae sobre nosotros. A partir de ahí
sus años consistirán obligatoriamente en el desmontando esa sensación, en ir
demoliendo día a día, ladrillo a ladrillo, ese puto centro comercial de su
cabeza, hasta que no quede ni un maldito escombro de abandono y perdone a sus
padres por soltar su mano durante aquellas horas, que a su vez, aunque él jamás
llegue a saberlo, también fueron las peores horas que ellos nunca vivieron.
Marwan
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