162 besos, beso arriba, beso abajo
era lo que medía su cuerpo.
La medía para abarcarla de alguna manera,
pero, siendo sincero,
lo que sentía a su lado
era imposible de concretar.
No es que la quisiera mucho,
no es eso, no sé explicarlo.
Yo la quería cien maratones,
la quería nueve océanos,
la quería doce toneladas de veces.
La quería como a las cosas que has perdido,
así, tanto, del todo.
La quería del todo.
La quería en bucle
como las canciones que nunca cansan,
esas que te salvan la vida
cuando no hay otro tablón al que agarrarse.
La quería ocho cordilleras, la quería un Himalaya,
la quería desde el peligroso borde de la imprudencia
sin reservas, sin hucha,
sin ahorrar nada para luego.
La quería desde la punta del derroche
hasta la letra «n» con que hace su última pirueta
la palabra absolución.
La quería así, cinco patrias,
doce mil palomas de la paz,
seis trillones de delfines.
La quería mil silencios
y en todos los altavoces de la Vía Láctea
la quería vestida de beso, de espuma, de estrofa,
vestida de ahora, de luego, de antes,
cuando me miraba a medio palmo de delirio
y cuando llenaba su cantimplora
con dos gotas del mar de Saturno
para emborracharnos de par en par.
Así la quería, así la quise, de tal manera.
Por eso no puedo llegar a explicarme
cómo demonios pudo ocurrir un día,
cómo diablos dejé de hacerlo.
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