Nada de lo que hace o dice esa chica tiene sentido.
En serio, no es un decir.
Además, que lo tuve claro desde nuestra primera conversación, no creas que tardó mucho en hacérmelo ver. Todo lo que me contaba se sentía precipitado, confuso, lioso, y muchas veces parecía que quería decir tanto a la vez que se atropellaba ella misma con las palabras.
Desde la primera vez que chocamos fue algo diferente, y por Dios, qué difícil es hoy en día ser algo diferente. Sentir algo diferente.
Ella parece infantil en ocasiones con sus bromas absurdas, sus aclaraciones innecesarias, su desesperante costumbre de tener que explicar todo mil veces (aunque le digas que te has enterado, ella lo hace igualmente hasta que se queda tranquila), sus memes que sólo ella entiende y su risa tonta ella sola.
Y aun así, jamás he visto una chica que lo haga tan fácil.
Sí, si tuviera que describirla en sólo una frase, sería sin duda esa: ella lo hace todo fácil. Porque ella quiere que sea así, y jamás hace estrategias, y no hace todas esas cosas que tan enraizadas están en la sociedad y que, según mi punto de vista, tanto perjudican. Ella me hace ver su interés en mí, y el cuidado que le pone, y cuando volvemos a mirar el reloj han vuelto a pasar horas y horas en las que, de nuevo, una noche más, hemos estado “ahí”, como ella lo llama, en ese mundo que hemos creado para nosotros y en el que nos encanta estar cada vez más.
Hay quien podría decir que aún ha pasado muy poco tiempo, pero si pudieran verla, si pudieran estar dentro de cualquiera de esas conversaciones en las que hay ironía, y humor, y sinceridad, ilusión, honestidad, interés… si solo pudieran estar durante un instante ahí dentro, entenderían absolutamente todo.
Cuantísimas veces estamos suficiente “tiempo” con alguien y luego nos damos cuenta de que no ha servido absolutamente para nada.
Sí, tal vez desconozca muchísimas cosas de esta vida, pero si algo me ha hecho la experiencia es reconocer muy bien cuando alguien es un ser especial. Y por Dios que ella lo es.
Por eso me encanta cada vez más todas sus cosas sin sentido, sus “hechizos turcos”, su manera de hablar intensa y atropellada, los sueños absolutamente delirantes que me cuenta con todo detalle (me contó que una noche soñó una historia completamente demencial que acababa con ella saliendo de casa y que yo estaba sentado en el bordillo de su calle esperándola), su lista en la que va apuntando todas las que se tiene que cobrar conmigo y su manera sincera de darme las gracias.
De darme las gracias. Es absolutamente incoherente. Es como si el médico le diera las gracias al paciente después de salvarle la vida.
Ella no lo sabe (aunque creo que lo intuye) pero de verdad que esta vez quiero hacerlo bien. Porque ha llegado cuando menos esperaba algo así, y a base de naturalidad, de sencillez, y de sinceridad, ha conseguido que vuelva a encenderse una luz dentro de mí que hace muchísimo que creía no apagada, sino absolutamente rota.
Ella ha entrado donde todo era oscuridad y ha iluminado una ciudad entera.
“Esto es más”, me dice ella siempre. Y creo que sí. Que es cierto.
Mide metro sesenta y pico, y es capaz de apartar nubes.
Por eso me encanta ir conociendo a esa chica que adora las margaritas (las rosas son muy comunes, apostilla), seguir sabiendo de ella, estar deseando que llegue la noche para que me cuente su día, y que de nuevo me hable de corrido y sin respirar, y que de nuevo empiece a contarme todas esas anécdotas extrañas y raras, y que de nuevo entienda que en esa chica sin sentido yo he encontrado todo el sentido del mundo, todo el sentido que un día perdí y que ni esperaba ni me interesaba encontrar más malgastándolo en historias que caducaban al levantarme de otra cama.
Hacía mucho tiempo que no me encontraba algo tan bonito como ella.
Como lo que es ella.
Por decirlo de alguna forma, ella es esa canción que de repente suena en la radio y que sabes que vas a querer oír mil veces.
Y subes el volumen, claro.
Además, estoy empezando a pensar que dentro de su locura hay algo de visionaria, porque si se detiene a mirar bien, no sé cómo ni cuándo pero sí, estoy ahí, esperándola sentado en el bordillo de su calle.
Espero que, si algún día lee estas líneas, lo haga con los ojos brillándole de esa forma tan inmensa, atenta a cada una de estas palabras, con las pupilas moviéndose de izquierda a derecha nerviosa; espero que sepa todo lo bonito que está (“estamos”, apuntillaría ella) creando, y espero que comprenda lo extremadamente difícil que era lograr en mí lo que ella está logrando con su sencillez, su naturalidad y su manera de hacerlo tan fácil.
Pero sobre todo, espero que lo esté leyendo con una gran, gran, grandísima sonrisa de caballo. Con una grandísima sonrisa de un caballo que adora las margaritas.
Porque las gracias, y este es el punto más importante, soy yo quien te las tengo que dar a ti.
Lo contrario es incoherente.
Lo contrario es como si el médico le diera las gracias al paciente después de salvarle la vida.
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