Se cree el poeta que por haber ganado un concurso ya está en el mundo de los elegidos, señalando al profano con el tridente de Neptuno.
Se cree que todo lo que vende es por falta de calidad, cualidad mercantil por excelencia.
Lo cree sin haber leído uno solo de nuestros libros.
El tipo que presume de profundidad y hondura jamás se ha sumergido como hay que sumergirse en algo antes de juzgarlo, en un elogio a lo superficial.
Se cree que somos, pobres animalitos, todos, fruto de la banalización de la cultura, se cree fuerte en su atalaya poética, se cree el guardián de la poesía, el barquero del Parnaso, el custodio de los versos, su cultor, su único soldado.
Típico de poetas, con su ego inflado.
Os conozco de veras, soy uno de vosotros, yo también me creo el protector de la verdad en ocasiones.
Pero hay una diferencia: yo mataría para que tú siguieras escribiendo tu basura, —al igual que yo tengo derecho a publicar la mía— conciencia lo llaman.
Tampoco hablaría de ti en un medio público si no me hubieras apuntado, sensibilidad lo llaman.
No os creáis eso que dicen, queridos lectores.
Hay tantos poetas insensibles a lo ajeno como futbolistas, profesores, carniceros, gogos, zapateros o investigadores.
Ninguna profesión ostenta la verdad, solo la tienen aquellos que consagran su vida al bien de otros.
Tú no pareces ser uno de ellos, no respetas el esfuerzo ajeno, no amas al prójimo.
Me cago en tu forma de mirar el mundo, porque has dejado claro que la poesía es un privilegio y no un derecho.
Me cago en tu forma de mirar el mundo, porque si además te parece honda, debo decirte lo siguiente: es mucho mejor un inculto de buen corazón que un culto prepotente.
Mi preocupación no es por vender, es por hacerla accesible, por democratizar la más bella de las lenguas, por contar lo que acontece, por llegar dentro, por tocar dentro, por abrir puertas.
Seguramente, en parte, compartamos preocupación, pero te crees superior.
Me gusta esa poesía asequible, abordable, que no tenga barreras arquitectónicas para el entendimiento.
Me gusta no necesitar un mapa, dos brújulas, cuatro diccionarios del siglo XV, seis cátedras para entender la estrofa de un poema.
No me interesa lo que no entiendo, lo cual no significa que no tenga valor, simplemente no me interesa, no lo hago.
No me gustan los poemas que no entiendo y no por ello son mejores y no por ello son peores.
Solo busco hacer lo que me mueve contar lo que me llueve decir lo que me eleve, no necesito tu autorización para viajar hasta el Parnaso.
Tampoco lo busco, me basta con tocarme por dentro con disfrutar de lo que escribo e ir mandando versos en góndola hasta el corazón de otra persona.
Espero acumular los suficientes méritos para que me autorices a usar el lenguaje, ya que solo tú, excelencia, todopoderoso poeta salvaguardas su integridad, eres tú, Yahvé, el distinguido, el depositario de El Santo grial de las palabras.
Se enfada la gente como tú si este texto, que es sencillo y prosaico es partido en terrazas de versos.
Pues
toma
y
toma
y
toma,
parto
las
palabras
como
filetes
de
atún
y
aunque
no
te
guste
vas
a
tener
que
comértelos.
Comételos.
La humildad es una dieta realmente nutritiva.
Tragarse tus propias palabras también lo es.
Lo dijo Churchill, un tipo que aunque a veces acertó también masacró a miles de civiles sin ningún tipo de reparo.
Lo dijo él. Algunos desalmados también dicen alguna vez una verdad.
Ahora ya me callo. Fuiste tú quien disparó primero. Normal que te responda. Y no te olvides de comértelos.
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